Odio recurrir a la expresión
"si ya lo decía yo...", porque como bien apunta mi venerado e idolatrado
Dunkelheit en uno de sus venerados e idolatrados
comentarios, empleamos intuición cuando deberíamos decir "malpensar", uno de los tantos eufemismos utilizados para aliviar la carga de nuestra sucia conciencia. El problema es que esta vez acerté. No voy a repetir
lo que ya dije en su momento, pero al final los herederos de Bloch-Bauer han sabido rentabilizar su patrimonio y obtener por tan sólo una de las piezas la suma en la que fueron valoradas a principios de año las cinco obras recuperadas por tan ¿ilustre? familia, convirtiendo el retrato de su antepasada en
la obra de arte más cara de la historia. Como en otros muchos cuentos, al final el lobo se deshace de la piel de cordero.
Al menos queda el consuelo de que la obra no pasará a engalanar las paredes del salón de juegos de ningún particular, sino que será expuesto en un museo neoyorkino de reciente creación. Mínimo consuelo, pues una obra como ésta debería seguir exhibiéndose en Viena, cuna del movimiento secesionista, ciudad ligada a la vida de Gustav Klimt.