Una casa en el campo

Debido a que mi memoria es un objeto diabólicamente no lineal, a lo que también se añade que tengo menos memoria que un pez o codorniz, se me olvidó comentar algo terriblemente cruel que me contaron hace dos o tres semanas.
El tema es que, hablando Flavio, Elizabeth y yo con Elena (una mujer rusa que trabaja en EE.UU. desde hace varios años y que conozco por haber coincidido con ella en varios congresos) nos contó que acababa de comprar una casa para ella y sus hijos en el sitio donde residen ahora. Hasta ahí nada mal, el problema es que la mayor razón de adquirirla era que, en EE.UU., si no vives en una casa prácticamente estás condenando a tus hijos a no tener amigos. Si vives en un piso en vez de en una casa unifamiliar, es posible que los compañeros de tus hijos vengan una vez a jugar con los tuyos, pero en cuanto lo vean los padres olvídate de que eso ocurra de nuevo o de recibir ninguna invitación.
¿Es esto justo? Como he dicho a mí me parece terriblemente cruel. Pero bueno, al menos podremos dormir tranquilos sabiendo que la Leonor vivirá en una gran casa y habrá cientos de niños queriendo ser sus amigüitos.