¿Día de fiesta?
Reconozco que asisto con tristeza al espectáculo político generado en torno al día de hoy. Lejos de su espíritu homogeneizador, la Constitución Española ha quedado relegada al papel de objeto arrojadizo y arma punzante que es esgrimida indiscriminadamente con el único objetivo de fomentar la crispación y el enfrentamiento interterritorial dentro de nuestras fronteras. Da pavor escuchar a aquellos que defienden la Constitución cual objeto inamovible, tal si fuese documento perfecto sin necesidad de actualizarse a la nueva realidad social no sólo nacional sino mundial. Cuestiones desde la igualdad de derechos, participación activa de los ciudadanos en las cámaras públicas, secularización del Estado, o la propia federalización del mismo (herencia acarreada como consecuencia ineludible de la propia historia de nuestro país), son reformas que antes o después deben ser afrontadas, y deberían poder abordarse de la forma más sosegada posible, por mucho que le pese a algunos. Y enfatizo, por mucho que le pese a algunos, como aquellos que ahora la veneran tanto pero que, en su momento, estuvieron en su contra.
(Extraído de El País, 6 de diciembre de 2005)
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